· El liderazgo sobre una lengua en expansión asociado a nuestra cultura va más allá de la enseñanza de idiomas. En el momento de producirse el inglés global, Gran Bretaña perdió ese liderazgo frente a Estados Unidos
Es un hecho poco conocido que el examen más importante de inglés para los no nativos, el TOEFL, es un resultado de la guerra fría. En 1959 el lingüista de la Universidad de Stanford Charles A. Ferguson empezó a desarrollar una prueba del idioma que cinco años después probarían con éxito y ha acabado por convertirse en referencia en la materia. Ferguson había hecho su trabajo de grado sobre los verbos del árabe marroquí y la tesis doctoral en torno al bengalí coloquial.
Con semejante bagaje y una dosis de pragmatismo y sentido común muy estadounidense, el equipo que dirigió en el Centro de Lingüística Aplicada de Washington estableció una prueba que dura tres horas, se realiza en 165 países, reconocen 9.000 instituciones académicas (incluidas las de Canadá, Australia y Gran Bretaña) y cuesta entre 160 y 250 dólares.
Como académico de extraordinaria cultura, Ferguson debió conocer a nuestro Antonio de Nebrija, que no dudó en señalar en el prólogo de la «Gramática castellana» de 1492 (para disgusto de la Reina Isabel la Católica): «Siempre la lengua fue compañera del imperio y de tal manera lo siguió, que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída de entrambos».
Si hubo un momento en la historia del siglo XX en que el holocausto nuclear estuvo a punto de liquidar la civilización, fue precisamente cuando afinaban la herramienta llamada a otorgar a Estados Unidos la gestión mundial, corporativa, del inglés. La correlación entre política, geoestrategia y economía resulta evidente. La república imperial con Kennedy al mando requería de un perfil distinto para el desarrollo de un poder blando global que confiriera alternativas a una situación de peligroso bloqueo y guerras de baja intensidad a escala planetaria. La operación salió bien. La caída del Muro de Berlín en 1989 expresó el triunfo del mundo libre. Lo que ha venido después, la globalización, que constituye un escenario de interconexión global masivo y veloz con un efecto aparente de aceleración de la historia, implica sin embargo un completo cambio de reglas.
En este sentido, la prospectiva de la lengua, el análisis de escenarios posibles, oportunidades y peligros, es fundamental. La comparación con el inglés resulta de nuevo muy interesante. Si el Reino Unido perdió con el TOEFL el control imperial de «su» idioma, ha sido capaz de retener con el British Council (presente en todo el mundo) y una formidable industria del idioma una herramienta de creación de riqueza, influencia y poder.
El caso español es diferente por la existencia secular de academias de la lengua, pero ciertamente la marca global del idioma es americana hace tiempo. Iberoamérica se ha convertido en un continente de clases medias emergentes y educadas que tienen en el español (con orgullo) un capital profesional, simbólico e identitario, que demanda protección y gestión de marca por parte española.
El «Globish»
Por término medio, en Estados Unidos un profesional que lo hable cobra un 20% más de salario. Otros niveles de riesgo se vinculan a la simplificación y la fragmentación. Del mismo modo que ha aparecido un engendro llamado «Globish», o inglés global, cuya característica radica en que contiene solo 1.500 palabras, el uso masivo del español como segundo idioma global favorece operaciones del mismo estilo. Se trata de algo nuevo, no equiparable a las mezclas o lenguas criollas, como el fascinante papiamento del Caribe holandés, que tiene léxico español, palabras portuguesas e indígenas arhuacas, más holandés e inglés.
Con el «Globish» un antiguo ejecutivo de IBM diseñó una operación que recuerda al lenguaje-máquina, dirigido a los negocios y basado en la práctica común. Por otra parte, en lo referente a la fragmentación, hay que considerar la importancia de que la norma y gestión homogeneizadora de la lengua española se sitúe en un contexto posnacional, en el cual las capacidades reguladoras de los estados-nación son más limitadas que en el pasado.
No por las acciones de trasnochados indigenismos (todavía hay a ambos lados del Atlántico, desgraciadamente, gentes que pretenden hacer política con las lenguas), sino por efecto de la dispersión social. El español ha tenido y tiene un nicho formidable de expansión y normalización en pueblos, aldeas, familias y linajes. No representa sólo una figura poética señalar que es lengua peregrina, habla que vincula a emigrantes, transeúntes y navegantes. Pero ayer como mañana, idioma lanzado a los vientos del mundo, es susceptible de romperse en mil pedazos.
FUENTE: ABC.es Cultura - 04/08/2014