Difícilmente podemos encontrar una ciudad en el mundo con más historia y simbolismo que Roma. Su pasado imperial, que le llevó a dominar todo el Mediterráneo, la ha constituido como un mito político que la mayoría de los poderes han aspirado a dominar. A lo largo de sus calles encontramos numerosas iglesias consagradas a santos que funcionaban como protectores de un país o dinastía (por ejemplo, la patrona de la dinastía carolingia era santa Petronila) o monumentos dedicados a gobernantes extranjeros. Es en este último tipo de obras en el que nos queremos detener hoy, concretamente en la estatua que representa al rey español Felipe IV (1621-1665) en Santa Maria Maggiore y que esconde toda una rivalidad política entre Francia, España y el papado.
Para poder comprender la importancia de esta obra debemos contextualizar la situación europea. En 1648 se ratificó la Paz de Westfalia, mediante la cual se daba por finalizada la guerra de los Treinta Años y la guerra de los Ochenta Años. Como resultado de la firma de este documento se estableció la hegemonía francesa en Europa, mientras que la decadencia de la Monarquía Hispánica se volvió cada vez más evidente. Por su parte, el pontificado había perdido su papel como mediador internacional, posición que deseaba recuperar. Diez años más tarde, en 1658, se firmó el Tratado de los Pirineos, que no hacía sino reforzar esta situación.
A lo largo de todos estos años la relación entre Felipe IV y Roma se fue haciendo más fuerte. Ordenó fundar la Obra Pía española, la Fábrica de San Pedro y San Juan de Letrán y además consiguió que el pontífice, mediante bula papal, permitiera pagar al rey una pensión anual de 20.000 ducados, lo que le presentaba como un gran benefactor de la Iglesia Católica.
La Iglesia, a su vez, encargó en 1654 a Bernini una estatua de Constantino a caballo, similar a la del emperador Marco Aurelio, para reforzar el poder del obispo de Roma. Desde hacía siglos, el pontificado defendía que el emperador Constantino había donado el gobierno sobre occidente a los sucesores de Pedro, por lo que estos debían ser quienes regularan la política europea. Seis años más tarde, Francia impulsó la construcción de gran escalinata para acceder al convento de Trinità dei Monti, que estaría presidida por una gran escultura ecuestre de Luis XIV, proyecto que nunca se llevó a cabo por un veto papal.
Como respuesta a estas dos empresas, Felipe IV contrató en 1664 a Girolamo Lucenti para la confección de la estatua que se encuentra en Santa Maria Maggiore, iglesia de la que era patrón el monarca hispánico. En ella se representó al rey con las insignias imperiales, imagen que no aparece en el resto de sus retratos, con el fin de presentarle como un nuevo Constantino que debía proteger al pontificado. Pero también se trataba de mostrar la supuesta grandeza que aún conservaba la Monarquía Hispánica, la cual, solo era un reflejo de lo que otrora había sido. Durante su reinado se agravó la decadencia del Imperio español, un proceso irreversible que generó una guerra de sucesión y la pérdida de los territorios ultramarinos.
Recordad que en la Fundación FIDESCU disponemos de un curso de Historia de España e Hispanoamérica.